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Orígenes

Yo ya sabía que a mi padre le decían, años atrás, “El rey de las tortas”, aunque yo no tuviera claro el porqué.
Corría el año 1962. Un día que el hombre tenía ganas de charlar, mejor dicho quería ser escuchado, me dijo:
-Niña, ¿quieres saber cómo nacieron las tortas de recapte en Lleida? Yo las creé para ponerlas a la venta. Es decir: las comercialicé.
Por primera vez se pusieron a la venta un tipo de tortas que tuvieron un éxito tal que todavía hoy son consideradas típicas de Lleida, a partir de entonces siempre han estado en las pastelerías y hornos leridanos.
Alrededor del año 1910, su madre tenía una venta directa al público en una parada en la Plaza de la Constitución (ahora llamada de San Juan).

Un brindis por la Coca de recapte de Lleida!!

Aunque puede que a nadie interese el cómo y el porqué de este producto culinario y pastelero, yo que soy buena catadora y amante de la comida llana, de payés y de ir por casa, quiero hacer una referencia sencilla y cariñosa de la pequeña y al mismo tiempo gran historia de esta coca de recaudo que nosotros, los de la Tierra las coles, pimientos, berenjenas y tomates, de las peras y las manzanas, de las mermeladas caseras, del pan de payés, de los pies mojados por el rocío madrugador, comedores de arenque con uva, podamos reconocer con satisfacción y orgullo las raíces de este original manjar. Es curioso que siendo las tierras de poniente alejadas del mar, seamos nosotros también portadores de una cultura cercana a la comida sana y compleja de la hoy llamada “dieta mediterránea”.

Mi padre ya no está. Hace unos años que murió y me dejó guardadora de ese secreto creativo durante todos estos tiempos. Teniendo en cuenta que estuvo exiliado en Francia durante dieciocho años y que yo pocas cosas sabía y recordaba de él, me fue de gran interés esta charla.
Se marchó al exilio cuando yo tenía cinco años y cuando volvió a casa ya estaba cerca de casarme. Siempre le amé mucho, con todo mi corazón. Su vuelta fue inolvidable para mí. Por eso hoy escribo estos hechos. Se lo debo. Es un reconocimiento a su aportación a la panadería en general.

 

Me explicaba que cuando él era jovencito, debían de correr los primeros años del siglo XX, panadero en casa propia, trabajador de noche y “rumbero” de día, muy dinámico, con ideas políticas comprometidas, cargado de buenas intenciones revolucionarias, de querer cambiar el estatus social en el que se vivían los días llenos de inpresión o político (con político) parecía que, unido con amigos llenos de juventud, de valor y sangre caliente, podían mover a la gente. Para ello gritaban y armaban “juerga” cada vez que un político de Madrid venía a dar mítines, es decir, a aleccionar al público catalán con sus ideas centralistas, como si fueran aptos para enseñar las consignas que los de la capital querían. Es así como mi padre y sus amigos entraron en el mundo de los perseguidos, no por haber hecho una fechoría, tan sólo para sacarlos de en medio el día en que venían a hacer el mitin.
Ya sé que todo este zafarrancho no parece tener relación directa con la torta de recauda, ​​pero es así como todas las cosas importantes nacen, en medio de imprevistos y casualidades.

Un día que llegaba un diputado, dispuesto a realizar unas reuniones públicas con los dirigentes del momento, como otras veces había pasado, todos los muchachos de la “juerga” llamados indeseables fueron perseguidos en redada. Pero vetelo aquí, como Lleida era entonces como un pueblo grande y los habitantes se conocían y en general se defendían cuando los “polios iban de caza”, los leridanos espabilados avisaban del peligro. Estos jovencitos intempestivos y saltimbanquis, como si fueran cabras montañosas, salían en estampida ruidosa del llamado Bar Salvat, que por suerte tenía dos puertas a dos calles, Plaza de la Constitución (Plaza de San Juan) y Rambla de Ferran, por las que siempre podían escabullirse. Hay que decir que los policías hacían la vista gorda y, como eran todas piernas largas, subían Canyeret arriba hasta esconderse en cuevas y covetas, barracas y barraquitas de la falda abrupta del Castillo, pero, cuando oscurecía y el hambre era grande, empezaba el desfile hacia el horno de l’E. Este horno tenía la particularidad de abrirse a dos calles, del Clavell una y de Segarra la otra, debido al desnivel que formaba con el Canyeret, donde daban directamente las ventanas del horno, por donde entraban la leña. Cómo se puede deducir éstas estaban dispuestas de una manera que ni hechas a medida.

 

Vetelo aquí, que un día de éstos, cuando el hambre y el frío se hacían notar, bajaron todos los muchachos esparcidos por las callejuelas de la montaña (los escondidos) e fueron a refugiarse en el horno del amigo. En “Tonet”, como siempre, los hacía sitio en un rincón, donde estaban calentitos, abrigaditos y escondidos entre los sacos de la harina, (sacos, por aquel entonces, hechos de tejido de fibra de cáñamo). Entonces empezaba la charla sobre el hambre que llevaban.
-Chico, Tonet, ¿qué tienes para comer?
-Pues mira, pan y agua.
-Hombre, ¿y una coqueta de azúcar?
-No, mamá las tiene contadas una a una, hay treinta. No se atrevan a tocarlas. Ya sabéis que mamá no está para “hosties”.
-Bueno, pues comeremos pan con aceite y azúcar. Tu madre no lo sabrá. Vamos.
Como se puede pensar de sal, aceite y azúcar nunca faltaba. Pero el padre sin pensarlo demasiado insinuó una alternativa que puso de inmediato en la práctica.
-Chicos, haremos una improvisación. Fuera pan con sal y aceite. ¡Veréis! Haremos una torta con cosas que encontraré en la despensa. Mi tía Carmen ha traído del huerto berenjenas y pimientos, voy a buscarlo.

Bajó de la despensa dos berenjenas, dos pimientos, un calabacín, una cebolla y otros componentes, seguidamente tomó harina, agua, sal y aceite con la correspondiente levadura y se puso a amasarla. Cuando la tuvo hecha y atornillada por todo el alrededor, puso directamente sobre ella todo el recaudo hecho a trozos pequeños con la intención de que la cocción fuera rápida. Cuando la tuvo preparada delgada y empapada de aceite, la puso en el horno.

Era tan larga como la lengua de la pala de hornear, más o menos de cinco palmos de largo por dos de ancho. Mientras estaba dentro del horno y se iba dorando, a los muchachos ya se les hacía la boca agua. Deseada y esperada, cuando mi padre la sacó del horno, cocida, jugosa y olorosa, según me dijo mi padre, no esperaron mucho a comerla entre todos, calentita, calentita, soplando y soplando, quemándose los dedos no dejaron ni un bocado.

Así, contentos y satisfechos, pasaron las horas lentamente. Hablaban y hablaban llenos de euforia, politizaban, bostezaban y, como pajaritos cansados ​​de volar, se acurrucaron en el nido rodeados de sacos encalados de harina.

El padre, que velaba el pan del horno, se dio cuenta de que amanecía el día. Los abucheó haciéndoles levantar rápido, antes de que la madre bajara y los hiciera huir con la escoba. Ahora uno, ahora dos, poco a poco levantaron todos el vuelo.

 

Pasaron unos treinta días hasta que otro político del gobierno central vino también a realizar sus reflexiones, impulsando sus ideas, en fin, otro mitin. De nuevo los chicos de la “tabola” corriendo montaña arriba perseguidos por los de la porra. Claro que sólo los asustaban.
Como siempre el último refugio era el horno del “Tonet”, pero esta vez Tonet, cansado de vaciar su despensa, hizo que algunos de ellos fueran a hurtadillas a sus respectivas despensas a buscar verduras y otros ingredientes para recaudar una buena torta. Como siempre hicieron uso de sus picardías para conseguir algunos productos que guardaban sus madres. Esta vez, en el horno del Tonet Escolà, se presentaba una noche con “gancho”. Llevaron butifarra negra, tocino, salchichón, arenques y otras cosas. Decía el padre que él sacó de la bodega una barrica de vino, de un vinito que su madre guardaba y mimaba. Toda la velada fue un rescoldo de fábulas, chistes y de levantar el codo con la barrica, que se iba vaciando acompasadamente. Después, cuando el día despuntaba en el horizonte y los pájaros salían del nido con un buen alboroto, los “perseguidos” estiraban los brazos respirando a fondo y chino-xano bajaron por el callejón del Clavell hacia su casa a dormir todavía un ratito.

Fue de esta manera como el padre, hombre dinámico y voluntarioso, se puso a pensar lo importante que sería dar a conocer públicamente este tipo de coca que todavía tenía en la mente, además del saboroso regustito en el paladar. Así como cae, decidió sacar a la venta unas tortas con chanfaina, otras con escalivada, pequeñas, propias para satisfacer el apetito de un desayuno tempranero; del tamaño de un palmo y medio, ovaladas, con una orilla cocilla y crujiente, pintadas con aceite de oliva y un pulso de pimentón dulce, doradas y bien recaudadas con un arenque o un corte de salchichón en medio.

De este modo salió a la luz gastronómica leridana este manjar, tan sencillo y al mismo tiempo tan exquisito. ¡El éxito fue total! El padre se hizo famoso en Lleida y cercanías, incluso le llamaban «el rey de las tortas».
Hay que recordar el precio que se cobraba por aquel entonces, que oscilaba entre los 10 céntimos la de arenque y 15 céntimos la de salchichón; es decir, hablando según los tiempos que corrían, sería popularmente en “chapot” y en “chapot y chapeta” respectivamente.

Mi padre fue el primer panadero en Lleida en comercializar este producto, y su madre en obtener del Ayuntamiento el permiso para la venta pública en la Plaza de la Constitución (San Juan) primero, y poco después en los “Porxos de baix”. Nacieron pues las que fueron famosas tortas de recapte de Lleida.

 

Yo con el tiempo he sido, junto a mi marido, la heredera de seguir esta tradición. Luego mis hijos también le han seguido. Ellos son la cuarta generación.
Ellos han hecho que hoy exista esta pastelería en Lleida, la llamada Cocas de recauda antigua Casa Escolà, fundada en 1910, como dice el logotipo.

El paso del tiempo ha sido complejo y difícil para esta empresa que tiene hoy un buen estatus social.
Es interesante saber que ha estado ubicada en diferentes calles de la ciudad, según las circunstancias.
Nació en la Calle Clavell, se pasó, antes de la guerra, en la Calle Pi i Margall. A los cuatro años una bomba destruyó la casa, lo que comportó un descalabro y el exilio. Pasaron veintidós años sin vida comercial. El exilio fue largo y sin posibilidades. Al regreso de esta ausencia renació otra vez, con pocos recursos, en la Calle de la Mariola en 1960. Unos años después se situó en un lugar más comercial y se abrió en la Calle Alcalde Costa núm. 13. Estábamos a la cabeza mi marido y yo. Hubo un lapsus por la muerte de mi marido (del 89 al 96).
Ya con sus hijos al frente de la empresa (1996) se volvió a realizar un cambio y se trasladó a la Calle Cronista Muntaner. Y de aquí, ya pasados ​​tres años (1999), se volvió a trasladar a donde está ubicada hasta el día de hoy, en la Calle Unió núm. 23.

 

Cómo se puede deducir es toda una aventura comercial y de fuerza de voluntad. Esta fuerza de voluntad de la que hablamos es necesario dedicarla a toda nuestra familia y dar un recuerdo a todos aquellos que nos han dejado un legado imborrable.
Dedicado a la memoria de:

Antoni Escolà i Almacelles (padre)
Maria Gateu Sisteré (madre)
Francesc Farrús Mateu (marido)
Paquito Farrús y Escolà (hijo)
Sigfrid Farrús y Escolà (hijo)

Sin ellos ese sueño nunca hubiera llegado a cumplirse, muchas gracias por todo.